Por Javier Tazón

La estirpe de Velarde es un corte de digestión histórica, una ruptura con las formas tradicionales de escribir, una mezcla promiscua de lo íntimo con lo épico, una patada en los morros bien pensantes, una afirmación de lo dinámico sobre lo estático, de la imagen sobre la mera narración, una película-documental hecha novela, un Frankenstein impresionista, un grito que llega desde la noche de los tiempos.
La estirpe de Velarde pretende mostrar unos hechos primigenios en los que se forjó la patria de los españoles, la nación libre de herencias forzadas por el despotismo de los reyes y por la libérrima voluntad del dios de las batallas; pretende mostrar a mujeres y a hombres que sospechaban que la libertad se escondía más allá de la mirilla de sus fusiles; pretende mostrar los desvelos de quienes forjaron la Historia, y que lucharon a ciegas por la libertad sin saber bien lo que era, sólo por instinto; pretende mostrar la vida y obra de los liberales españoles que construyeron nuestra modernidad ladrillo a ladrillo.
En La estirpe de Velarde, don Pedro Velarde y Santiyán, héroe libertario de la Montaña de Burgos, es un referente para todos los intervinientes, para todos los personajes históricos o de ficción que se pasean por sus páginas, es una leyenda envenenada para quienes manipularon su memoria, es un hombre de carne y hueso para los que lo conocieron, es un rebelde para quienes quisieron acallarlo, para los que lo habrían fusilado el Tres de Mayo de haber sobrevivido al glorioso levantamiento del Parque de Monteleón contra los franceses, pero también contra el despotismo de los que siempre mandaron, de los sacrosantos que arrancaron la península a los moros a las órdenes directas de un dios furibundo y vengativo, de los provocadores de tantas guerras entre hermanos.
En La estirpe de Velarde no salen bien parados los mitos sempiternos de la falsa patria de cartón piedra, folclórica y fandanguera, los trucados fantasmas sacados de contexto, las estatuas frías y grandiosas, los himnos y las banderas, los gloriosos hechos de enciclopedia hueca, transmitidos de generación en generación por la inamovible y tendenciosa incuria cultural y educativa, sino los rebeldes, los masones, los mal pensantes, los que dieron la talla para cambiarlo todo, los liberales desarraigados, los jacobinos maltrechos, los revolucionarios que cambiaron los tiempos, los que se levantaron un Dos de Mayo para continuar en estas tierras de sol y sangre el ejemplo de la Toma de la Bastilla en Francia.
La estirpe de Velarde es una novela histórica narrada con colores indelebles, una novela histórica que sujeta al lector del cuello y lo introduce en unos hechos que muchos han querido olvidar, una novela histórica alejada del concepto de narrador como mero cicerone monumental, una novela histórica cercana al impresionismo que busca hacer sentir, más que describir, una época en la que se fraguaron todas las guerras civiles que se han colgado como losas en el cuello del león hispánico hasta que, llegados al día de hoy, se le han desgastado garras y dientes de tanto morder el polvo del camino y de tanto lanzar mordiscos al aire.
La estirpe de Velarde es la historia de un rebelde masón y afrancesado, jacobino y decidido al que le bullía la sangre en las venas, la historia de una sangre que explotó en su interior antes de ser expulsada en surtidores de bayoneta, una sangre negada por los poderosos que no perdonaron que un capitán se rebelase y entregara armas al pueblo, la historia de un pueblo que forjó el concepto de nación y de patria y que delimitó con su sangre derramada cada palmo del territorio en que arraigaron tan novedosos conceptos, la historia de unas ideas nacidas en la Revolución Francesa y que forjaron la modernidad española, la historia de los españoles liberales y afrancesados opuestos a los serviles que gritaban ¡muera la libertad y vivan las cadenas!
En La estirpe de Velarde se ofrece al público lector, caso de haberlo, una nueva dimensión para personajes como Pedro Velarde, Francisco de Goya, Manuel Godoy, José Bonaparte, José Palafox, Menéndez de Luarca, Bonifacio Rodríguez de la Guerra, Joachím Murat, María Tudó, Arthur Wellesley, Agustina Saragossa, Mor de Fuentes, José Lanz, Melchor de Jovellanos, Fernando de Borbón, Pierre Dupont, Napoleón Bonaparte, Juan Díaz Porlier, Luis Daoiz, Javier Castaños, Juan López Campillo, Julián Bringas, Agustín Betancourt, Teresa Bennland, Luisa de Parma, Cayetana de Alba y mil actores secundarios más que fueron principales en la Historia.
