Manuel Llano Merino
[ Periodista, literato y corrector de pruebas de imprenta | Sopeña, Cabuérniga, 1898 – Santander, 1938 ]

Su padre, albarquero de oficio, procedía de Carmona donde era conocido como Manueluco el Ciego por un problema que padecía en la vista. La situación económica familiar no fue muy holgada durante la infancia de Manuel, que era hijo único, y por ello tiene que vivir con sus abuelos en Sopeña, en un lugar conocido como “el Corral Redondo”, junto al río Verdero. Sus padres, sin embargo, residen en Santander. De niño trabajó como ayudante de pastor (sarruján) en las brañas de la Mancomunidad de Campoo-Cabuérniga, según contaba el propio escritor. Siendo muy joven se trasladó a Santander para ayudar a su padre en un quiosco de prensa y lotería que se le había concedido por los problemas en la vista. En 1910 entró en el Instituto de Segunda Enseñanza de la ciudad, pero abandonó los estudios, de igual forma que abandonaría los de Magisterio y los de Náutica. En 1916 trabajó en Laredo como mozo de botica. Con veinte años, y a pesar de carecer del título, ejerció de maestro en Helguera de Reocín, pueblo minero de Cantabria. De formación autodidacta, se forjó como lector en las bibliotecas del Ateneo de Santander y en la de Menéndez Pelayo, en las cuales, además de acercarse a los clásicos, cultivó la amistad de los intelectuales del momento, como Miguel Artigas, José María de Cossío, Víctor de la Serna, Gerardo Diego y un jovencísimo José Hierro.

En 1917 publicó su primer artículo en El Progreso de Cabezón de la Sal, y a partir de 1920 colaboró regularmente en publicaciones de la entonces provincia de Santander como El Diario Montañés o El Pueblo Cántabro, así como en La Montaña de La Habana, Cuba, o en Cantabria, de Buenos Aires, Argentina. En 1923, a los veinticinco años de edad, se casa con la burgalesa María Lázaro, pero su situación económica le obliga a continuar viviendo con sus padres en la casa familiar de Santander. En 1929, ya con tres hijos, ganó el concurso del Ateneo de Santander con la obra Tablanca, mitos y leyendas populares recogidas de la tradición oral, lo que le abrió las tertulias santanderinas de José Hierro, Ángel Espinosa, José Luis Hidalgo o de José María de Cossío. Este último le ayudó a encontrar trabajo en una imprenta como corrector de pruebas, trabajo que mantuvo hasta 1933, lo que le proporcionó la estabilidad económica necesaria para desarrollar su talento literario.

Algunas de sus obras más conocidas son El Sol de los Muertos, novela publicada en La Región en 1929. En 1931 aparecen Las Anjanas y Brañaflor (colección de cuentos). En 1932 Campesinos en la Ciudad. En 1934 La Braña, y Rabel. En 1935 Retablo Infantil, y Parábolas. En 1937 Monteazor. En 1938, como ediciones póstumas, aparecen Dolor de Tierra Verde y también Cuentos de Enero o Malva. Santander y Torrelavega tienen una calle dedicada en su recuerdo.