
De familia hidalga y tras una niñez transcurrida en Comillas, emigró a América a los 19 años, dedicándose a la poesía, al periodismo y a la enseñanza, afincándose en varios países desde donde realizó continuos viajes a España. En España fue célebre en vida, pero olvidado tras su muerte, aunque en América sigue siendo un reconocido poeta. Rodríguez Alcalde señala que su poesía se caracterizaba “por la fogosidad desordenada, la grandilocuencia sin freno, el esplendor del colorido barroco, la autobiografía a borbotones y un volteranismo tan lleno de exabruptos que incitaba sospechas de cándido”.
Vivió en Cuba y de allí pasó a Puerto Rico, luego a Panamá y a Perú donde se convirtió en el líder indiscutible de la bohemia peruana en esos años. En Lima abrió un colegio y escribió numerosas obras didácticas, entre ellas Gramática de la Lengua Castellana. Métrica y Nociones de la Filosofía del Lenguaje (1851) con varias reediciones en Quito (1855), Nueva York (1861) y Guatemala (1875). Fundó la revista literaria El Talismán y colaboró en el prestigioso periódico El Comercio. En 1873 fundó otro colegio en El Salvador con el apoyo del Gobierno, que tuvo un enorme éxito, siendo nombrado director de la Escuela Normal del Estado. Luego, su caminar inquieto provocado por cierta manía de persecución, le llevó a México y a Guatemala. Tras una estancia en diversos países de Asia, regresó a España en 1876, instalándose en Hinojedo durante un tiempo hasta que marchó a Londres.
Entre sus libros poéticos destacan Las flores del desierto (1848), su primera colección impresa de poemas, llena de nostalgia de su tierra natal. En 1851 publicó también una nueva colección de poemas encabezados por su cántico “El Pabellón Español”, y en 1852 escribió el discurso “El Poeta y la Humanidad”. Durante su estancia en Nueva York editó Cánticos del Nuevo Mundo (1860), en el que recoge grandiosas composiciones descriptivas, como “En los Andes de Perú”, “De noche en las playas de Chile”, o “En los Andes del Ecuador”. De vuelta a España, sus publicaciones se acrecentaron con dos obras: La Poesía y la Religión del Porvenir (1870), editada en Barcelona, y La poesía de La Montaña (1876), en Torrelavega. Decepcionado por la escasa aceptación de este libro entre sus paisanos, volvió a Londres donde murió.
Sus hermanos Eulalia, María Virtudes y Román, también abordaron la poesía, especialmente la primera, que aparece en la lista complementaria de escritores que cumplen también aniversario este año. Rubén Darío escribió sobre Fernando Velarde: «Pocos poetas hemos leído que expresen mejor los hondos sentimientos, las íntimas penas, que el autor de los Cánticos del Nuevo Mundo”.
La Casa de Cultura de Suances lleva su nombre.